Nuestra historia comenzó a las 10 de la mañana, decimos “nuestra” porque como siempre, Marian llegó tarde. Fuimos los estudiantes (Begoña, Pepi, Marta, Calasanz, Teresa y Fran) los primeros en ser reconocidos (probablemente por el bulto de nuestro equipaje) por el infiltrado, Rubén; un profesor de ingeniería que se atrevió a probar una nueva experiencia ajena a la electrónica, los proyectos, la mecatrónica, y más bien enfocada, a la convivencia con pastores, estudiantes preguntones, y falta de higiene.
Entre unas cosas y otras, y tras recibir la advertencia de Antonio Romero, que debíamos dejar las furgonetas a la vuelta más limpias que una patena, eran más de las 11 cuando salíamos de la facultad. Nos dirigimos a la oficina del alquiler de los vehículos, donde un personal no muy eficiente, pretendía hacer de un cambio de titulares de los coches, un rompecabezas, y aun encima tratándonos como si los que tuviéramos pocas luces fuéramos nosotros.
Tras un total de 5 horas, un viaje en el que Fran nos contó su vida en verso, un ingeniero que dubitaba si este viaje era una buena idea, Marian al volante, peligro constante, una parada en la ciudad de Teruel, y un microinfarto debido a que un perro patada casi termina su existencia bajo las ruedas de la furgoneta, llegamos a nuestro destino, al encuentro con 3000 cabezas de ganado, un burro, media docena de perros y 5 individuos que harán de estos 6 días una aventura inolvidable.
Eran cerca de las seis de la tarde cuando llegamos al paraje de titos, territorio de Socuéllamos, estaba atardeciendo, el campamento ya estaba organizado, las ovejas recogidas en un recinto cerrado, y una cálida hoguera nos daba la bienvenida. Hemos de apuntar que tuvimos la suerte de encontrar a los ganaderos recién duchados, ya que tras 14 días de recorrido, celebraban con agua caliente el ecuador de la vereda.
Sorprendidos se quedaron de nuestra forma de saludar, ya que al contrario de lo que acostumbran, les saludamos directamente con 2 besos en lugar de estrechar las manos. Fueron todos muy agradables en el recibimiento, y no escatimaron en preguntas para conocernos mejor: de dónde sois, a qué se dedican tus padres, a qué te quieres dedicar tú, tienes novio,… Al parecer, toda información es poca para ellos.
Como agradecimiento a toda nuestra jornada de trabajo, en la que “tan útiles” les habíamos sido, nos deleitaron con un plato de arroz con costilla (He dicho ¡costilla de cerdo!, por lo que Marta y Marian, podéis cenar tranquilas).Veníamos enseñados de casa, el protocolo a seguir en estos días de vereda se basaba en: cucharada y paso a atrás, y que no se duerma la bota. No tardamos en practicar el refrán de “donde fueres haz lo que vieres”, y la luz de la lumbre, sin dejar ni restos para los perros, como cerdos nos pusimos, ya que es de bien nacido ser agradecido.
A pesar de que un ciudadano de Socuéllamos vino a notificar de unas maneras un tanto peculiares, que podían alojarse en un sitio caliente, disfrutar de una cocina, y de colchones donde dormir, ellos rechazaron la oferta alegando que preferían dormir a los pies del ganado puesto que ese es su mayor bien, y no se podían permitir dejarlo sin vigilancia.
El placer de conversar al calor de la hoguera, no hay ningún televisor, móvil u ordenador que lo pueda sustituir, escucharnos, observar cómo se abren a ti para compartir lo que saben, como buscan tu interés, como te sorprende lo diferentes que son cada uno de ellos, y descubrir todo lo que de cada persona podemos aprender.
Autores: Fran Saura, Pepi Rivera, Calasanz Jiménez, Begoña Arnaiz, Teresa Fanlo, Marta Jorba
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