Nos despertamos muy pronto y fuimos a desayunar. Por desgracia para según y qué personas alérgicas a los frutos secos, el desayuno consistía en pastas muy ricas y deliciosas que podían contener esas odiosas trazas que a cierta persona le llevaban por la calle de la amargura. Si bien, todos nos cargamos de energía y ganas, puesto que, según testimonios dados por nuestros camaradas pastores, el día de hoy iba a ser arduo, duro, fatigante y muy vertical (exageradamente vertical), para hacernos una idea. Por suerte para quienes no pudieron degustar tan señorial desayuno, las mujeres de los pastores, Jose y Juani, nos brindaron un segundo desayuno en ‘’los Chorros’’, un lujo a la altura ya de pocos funcionarios.
Allí decidimos, mediante el juego de las pajitas, quiénes debían conducir las camionetas. El destino quiso que fueran María y Feli, quien se despidió temiendo por su vida, ya que semejante mamotreto de vehículo daba pie a pensar que, en manos de un conductor poco experto, el destino del viaje terminaría por ser, de manera irrevocable, el fondo de un barranco o similares. Por suerte, las furgonetas iban como la seda y no hubo que sentir; y una además iba con aire acondicionado incluído, cortesía de nuestro amigo el ladrón de mochilas de la pasada tarde-noche.
Sin más demora nos pusimos a caminar, y tal y como nos advirtieron el día anterior, el camino fue muy oscilante, para arriba, para abajo y así sucesivamente (aunque principalmente para arriba).
A la altura de un puentecito que cruzaba un riachuelo, justo antes de empezar a subir el repecho que nos llevaría al collado del aire (repecho más largo que un día sin pan, pero muy entretenido y bello), los pastores se despidieron de sus respectivas señoras, acontecimiento muy emotivo que hizo que cierta persona se pusiera mustia y empezase a padecer de una profusa epífora (quien sabe, igual se le metió algo en el ojo) aunque por orgullo supo disimular muy bien.
Subíamos siguiendo la estela dejada por las ovejas, que iban aplastando el hielo, haciéndolo más resbaladizo si cabe, lo que dio lugar a más caídas vergonzantes y bochornosas (a cada cuál más divertida que la anterior).
Vidal iba contándonos a la cola del rebaño gran cantidad de hechos y anécdotas relacionadas con la vereda, y cómo en aquellas travesías, entre montes y matojos, de vez en cuando surgía el amor entre visitantes que se apuntaban a compartir algún trecho del camino (es lo que tienen las situaciones tan intensas como estas, o el frío que te hace buscar el calor humano, o el estro de las ovejas que se contagia de vez en cuando… quién sabe, yo estaba en parada reproductiva y no olí nada raro en el ambiente, la verdad).
Por fin llegamos al collado del aire, aunque sorpresivamente de viento nada de nada, y es que pegaba una solana que nos hizo despojarnos de las capas de ropa de más. Allí, al igual que ayer, disfrutamos de un almuerzo cortado a navaja y de la bota Irene, porque sí, la bota tenía nombre, nombre que venía dado por el rico refranero de Vidal.
Nos pusimos en camino rápidamente, en esta ocasión, los conductores que se enfrentarían a las pistas de tierra llenas de hielo, charcos y baches, serían Blanca y Ventura… No sabemos qué pasó o dejó de pasar, el caso es que al atardecer, ya en el campamento, Ventura nos dejó caer que él es un gran profesor en eso de dar clases magistrales de conducción. Arrate, Marian y el pequeño pero no tan pequeño David también fueron los hateros de esa tarde. David en un precioso acto de demostración de amor hacia nosotros, preparó unos sándwiches de nocilla para nuestra llegada, que en dos segundos fueron devorados por la mastina. Pero bueno, la intención es lo que cuenta.
Cuando nos instalamos en el nuevo campamento, se encendió una enorme hoguera con los troncos que Urbano cortaba de los árboles que, bajo su criterio, estaban muertos o pasándolo muy mal (Urbano y su motosierra hacen quedar a cualquier psychokiller a la altura de un niño de seis años armado con un cutter de esos de colegio que no cortan ni la mantequilla).
¿Saben del mito de que los pastores cocinan bien? Pues todo falso, cocinar bien es poco. Urbano tiene una mano excepcional para el puchero, y aquella noche cenamos como reyes y reinas bajo el techo más hermoso que nadie pudiera pintar, las estrellas.
Finalmente, con el cuerpo a tono tras un día maravilloso de mover ovejas y cabras de arriba a abajo y de abajo arriba, nos fuimos a dormir con un físico abatido pero revivido por una hoguera, una cena, y una gran compañía. Hacía un frío del carajo y los perros ladraban y oteaban en busca de rabosas, si bien muchos nos quedamos dormidos enseguida, a pierna suelta, esperando plácidamente el sonido del estruendoso despertador, llamado Problemas.
Autores: Blanca de la Hoz, Arrate Carro, Alba Sáez, Jose Antonio Ventura, Paula Otero, Héctor Ruiz, Patricia Pascual, Jaime Aranda, Nuria Traver y María Serrano
Profesor acompañante: Felisa Martínez
No hay comentarios:
Publicar un comentario