Ya es día 4, ¡qué rápido se estaban pasando los días!. La noche había sido fría y la escarcha cubría las cremalleras de las tiendas. El día comenzó con sonoros rebuznos de nuestro amigo Problemas… ¡¡¡a las 6 y media de la mañana!!!, Urbano había sido el más madrugador, y cuando todos corrimos a la hoguera a calentarnos, el ya estaba ocupando su silla.
Estábamos contentos y deseando comenzar el día, ya que Vidal nos había contado que el recorrido de hoy era de los mejores, tanto para el rebaño, por la comida y los abrevaderos, como para nosotros por el paisaje. Estaba haciendo un muy buen tiempo y por fín se podía ver algo más que blanco en el suelo.
Esa mañana, Jaime, Paula y Ventura hacen de hateros, y aprovechan la espera de llegada del rebaño y el resto de integrantes del grupo para ponerse a recoger setas (setas de cardo según los saberes micólogos de Paula), pero ¿podíamos fiarnos de ella?. Urbano, parece dispuesto a echar al puchero todo lo que le diéramos, de modo que solo había tres opciones; o nos moríamos, o flipábamos en colores con la intoxicación o, como resultó ser al final, cogemos las setas que son, y vivimos para ver salir el sol un día más.
Todos disfrutamos de la mañana y tras el almuerzo, Marian, David, y Nuria se marcharon, no hubo epíforas esta vez, pero sin duda íbamos a echarlos de menos. Otra vez volvíamos a ser diez. Por la tarde, el sol seguía acompañándonos, y con su reflejo nos iba ayudando a encontrar las setas que iban a formar parte del rico caldero de la cena (viva la obsesión del día).
Las hateras esa tarde fueron Alba, Patricia, Feli y Arrate, que junto con Urbano llegaron los primeros a las Majadas, y cerca de un refugio y de unas cuadras habitadas por cabras y caballos, montaron el campamento. Cuando nos asentamos ya en él, Urbano prepara una ensalada de tomate y un cocido espectacular con garbanzos, patatas, las setas recogidas por el camino y una sorpresa que no quiso desvelar… la descubririamos a medida que fuesemos comiendo... ¡eran callos! alguno los comió intencionadamente y con gusto, otros no se dieron ni cuenta, y otros los confundían con las setas. El hecho es, que realmente estaba buenísimo el caldero.
Después de cenar, decidimos ir a tomar café al pueblo de las Majadas, dejando las tiendas desprotegidas para, según la policía, un hombre que se agazapa entre matojos al anochecer para robar cosas (¡¡que seguro todo!!). Afortunadamente no se repite nuestra mala suerte y volvemos encontrándonos todo donde lo dejamos. Los pastores se van a dormir pronto, y los demás nos quedamos dentro del refugio exprimiendo un poco más nuestra última noche en tal paraíso.
Finaliza nuestro penúltimo día, esa sería la última vez que haríamos noche.
Autores: Blanca de la Hoz, Arrate Carro, Alba Sáez, Jose Antonio Ventura, Paula Otero, Héctor Ruiz, Patricia Pascual, Jaime Aranda, Nuria Traver y María Serrano
Profesor acompañante: Felisa Martínez
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