La noche la pasamos en Guadalaviar, y aunque habíamos quedado a las 7:30 h de la mañana, a algunos trasnochadores se les habían pegado las sabanas (José Luis = El Abogado = El Pastorcito) a pesar que no le guste y proteste. Así que, salimos a las 8:30 para unirnos a los pastores.
Este día es el que empezaba oficialmente la vereda, y las familias de los pastores vinieron a su despedida. Una vez pasado el puente del prado Cañonda (de los chorros) que cruza el río Júcar, las familias se volvieron a sus casas y los pastores emprendieron su camino junto a nosotros, que los acompañamos durante la primera semana.
Empezamos a subir el collado del aire, durante la “subidita” algún inocente le preguntó a Vidal por qué ese monte recibía ese nombre, pero lo pudo comprobar al llegar arriba. Un pequeño consejo: ¡meteros piedras en los bolsillos! Durante la subida a una de las cabras se empezó a quedar rezagada y en la vereda tienen un dicho, que es: “la vereda no espera a nadie”. La cabra estaba enferma y llamaba al choto, y no se podían perder dos animales, entonces se decidió sacrificarla para evitar una lenta agonía. Después nos quedamos sorprendidos de cómo en menos de quince minutos un gran número de buitres acudió a realizar su trabajo y a dejar sus tripas llenas.
Arriba del collado nos esperaban los hateros para comer, Urbano había sacado embutidos varios y pan para reponer energías y seguir el camino de bajada. La bajada fue más suave y llevadera. Durante el camino Vidal nos contaba sus experiencias entre sonrisas, hasta llegar a la Loma de Almaillo, donde nos esperaban Urbano y los compañeros con el campamento preparado, la lumbre encendida y la caída de la tarde.
Sólo nos quedaba disfrutar de aquel hermoso paisaje y sus vistas y esperar a la cena, aunque aun nos quedaba un poco porque eran las seis de la tarde.
Una vez llegada la noche, degustamos la fabulosa comida de Urbano, arroz con pollo, y después disfrutamos de la compañía de todos los que formábamos esa primera etapa contando historias y pasando un buen rato, en el que Ismael nos transmitió que “esa noche dormíamos mirando a Cuenca”.
Autores: Inés, Cristina, Alexandra, Fran, Silvia, Anna, María, Eva, Emilio y José Luis.
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