En nuestra última mañana, a los rebuznos y suspiros se les sumaba cierto cansancio que comenzaba a dejarse notar, así como un sentimiento de tristeza, ya que todas sabíamos que serían nuestras últimas horas en la vereda.
Tras un buen desayuno protagonizado por las famosas y “bueniiiiiisimas” trenzas de Almodóvar, cortesía de Fran y María, reanudamos de nuevo la marcha acompañados por un resplandeciente sol. No obstante, nuestras amigas merinas se encontraban un tanto indispuestas para caminar, ya que habían pasado demasiado tiempo cerca de los viñedos que iban encontrando por el camino y estaban algo empachadas. Se podía observar así un panorama de siluetas abdominales importantemente marcadas, así como un caminar desganado. Esto suponía un gran retraso para los pastores.
José Luis tuvo la mala suerte de meterse por medio de los viñedos y que le picara una abeja en el ojo; pero hizo el truco del barro y se le bajó la hinchazón. Se acercaba la hora habitual de la comida, de manera que preguntamos lo que faltaría para llegar hasta donde el tío Domingo nos esperaría con otro de sus manjares. La respuesta fue que aquel día, y debido a este ritmo especialmente reducido, aquel momento del día se pospondría un par de horas. Toda una sorpresa para nosotras.
Con un tren al que subir en Zaragoza, y mucho que limpiar de las furgonetas e intercambiar con los compañeros del siguiente turno, nos dábamos cuenta de que nos sería imposible quedarnos en la vereda hasta esa hora. Tras un breve debate, acordamos que lo mejor sería ponernos en marcha hacia Zaragoza. Nos despedimos de Ismael, Urbano y Vidal (y, por supuesto, también de Problemas, los careas y las mastinas) entre lágrimas; es duro asumir que lo bueno se acaba.
Antes de marcharnos, hicimos una parada para comer unos bocadillos (nada que ver con las delicias de Urbano, la verdad) y tocó nueva ronda de despedidas: nuestros compañeros de aventuras y “papis” durante la vereda, Peter Lamb y Lisensiado Arroyave, tenían que marcharse a casa.
El camino de vuelta fue tranquilo, con una mezcla de sentimientos entre el buen sabor de boca que nos dejaba la semana tan diferente que habíamos disfrutado y tristeza por la vuelta a la dura realidad.
Aun así, no faltaron canciones ni debates sobre la universidad a la vuelta. A nuestra llegada a Zaragoza estaba oscuro y hacía frío, pero nuestros compañeros del cuarto turno estaban esperándonos con la misma ilusión que teníamos nosotros el domingo anterior. Tras limpiar las furgonetas y dejar las tiendas y todo lo necesario preparado para los valientes del último turno, marchamos cada una a nuestra casa. Tras una buena ducha, sólo queda poner a nuestros amigos y familia al corriente de nuestras aventuras de la vereda.
Autores: Clara Burillo, Andrea Menjón, Esther Mora, Mayte Ortiz, Lidia Regaño, Amaia Torre, Mariela Subirán y Carmen Ceresuela
Profesores acompañantes: Jose Luis Olleta, Emilio Magallón y Diego Arroyave
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