miércoles, 8 de abril de 2015

Día 17 de noviembre - "Alhambra, y no la de Granada"

Esa mañana era día de patología, Pepi con problemas de visión avisó, “¡los perros comen conejos!”, no eran conejos, eran abortos. Una posible explicación podría ser el esfuerzo y escasez de comida el día anterior, que como veríamos a lo largo del día en esta jornada cambiaría.

El objetivo mañanero sería atravesar el pueblo la Alhambra sin ningún contratiempo, aunque solo de oírlo se puede pensar que la cerveza crece en los árboles, no fue cierto. 

Caminamos por una colina, las vistas eran majestuosas, se levantaban sobre una meseta una pequeña muralla derruida y en su interior el pueblo, con sus mejores galas nos esperaba.


Bajando por la colina y pisando ya tierra menos escarpada empezaba para nosotros la jornada laboral, había que vigilar el rebaño entre bocado y bocado del mismo. Era todo más verde, más comida, se pintaba la felicidad en las caras de nuestras ovejas. Cruzamos por encima de un riachuelo, éste se perdía después en la tierra, si dabas patadas en el suelo podías hacer agujeros donde aparecía agua, ¡y se hizo la vida!

Pasado el tramo del río, ya más cerca del pueblo, Vidal nos mandó a distanciarnos y a estar cada uno a una distancia prudencial a cada lado, con la única función de evitar que el rebaño se metiera en el sembrado y en el campo de olivos. Esa mañana fue más trabajar y menos hablar, era época de acción.


A la hora de atravesar el pueblo, como siempre debíamos coger a Problemas, para evitar que nos causara alguno, y en esas, pensando que controlado ese factor todo sería tranquilidad, para disgusto de Teresa y Begoña unos paisanos de Alhambra se interesaron por su adoptado chotillo, “el colorado”…se palpo la tensión, y se oyeron a km los suspiros, cuando ellas percibieron que nuestro jefe y amigo Vidal no estaba interesado en vender el pequeñín de la casa. Seguimos nuestro camino, habiendo informado a los potenciales compradores que en verano volverían sobre sus pies por la misma vereda.


En nuestro camino por el pueblo tuvimos alguna que otra dificultad, por regla general los vehículos respetaban, pero no pudimos evitarnos llevarnos un susto con un conductor que se sacó el carnet en la tómbola, si es que por poco nos pisan a Margarita. Pero como decimos menos mal que fue un susto. 

Ya estábamos cerca de la comida, podíamos olerla, pero aún debíamos cruzar por debajo de un puente esquivando una casa que entre todo nos reducía la vereda casi a un paso de individuo por individuo, como siempre, ¡errores humanos!

¡Al fin!, llegamos donde nuestro olfato nos llevó, y es que pasada la Alhambra, cerca de un campito de fútbol nos esperaba unos huevos fritos calentitos, con ajo y nuestro embutido tan deseado, ¡qué bien nos sabía la comida!

Aquella tarde fue tranquila. El tiempo parecía acompañarnos en nuestro final del viaje y estaba casi perezoso, calmado. Anduvimos despacio, al fin las ovejas tenían un poco de comida al lado de la vereda así que las dejamos disfrutar después de unos días un poco más duros para ellas.


Mientras las ovejas pacían, Begoña y Teresa nos demostraban sus dotes como amazonas a lomos del burro. Para ser justos, hay que decir que Problemas parecía entenderse mejor con Begoña, más habituada a galopar pero Teresa se defendió muy dignamente pese a los intentos de sus malos compañeros por hacer cabrear a su montura.


Subimos una pequeña loma sobre la cual se asentaba un santuario en honor a la virgen de Fátima, aunque antes tuvimos tiempo de comprobar como no debe ser una paridera y que bien les sienta a los animales andar a su aire en vez de estar hacinados. 

Después de pasar la ermita, demostramos que prohibir las cosas sólo sirve para que tengamos más ganas de hacerlas. Encontramos un bonito cartel que rezaba:


Y como no, pues nos pusimos a buscar setas como si no fuéramos a tener otra cena. Ismael y Vidal discutieron sobre si cogerlas o no, pero para cuando nos quisimos dar cuenta, ya llevábamos una bonita cantidad, así que cogimos todas las que pudimos.

Vivimos un momento de tensión cuando nuestro compañero Problemas desapareció, pero tras una larga búsqueda Pepi lo rescató de sí mismo.

Llegamos tranquilamente a las tiendas y la hoguera. Estaban exactamente en el mismo lugar que el año pasado, al abrigo de un pequeño semicírculo de árboles que ellos mismos habían hecho. Mientras los más vagos (o cansados) charlaban cómodamente al calor del fuego, aparecieron de nuevo los dos vecinos de Alhambra que querían comprar el choto que habían “adoptado” Begoña, Marta y Teresa.

Al final “el colorado” se salvó, y por un macho vinieron y con dos hembras se fueron.

Urbano nos preparó nuestro pequeño botín, para abrir el apetito antes de la cena. No sé si era el hambre del camino o la satisfacción de haberlas cogido nosotros, pero acabamos con las setas rápidamente y con mucho gusto. Sin embargo, Urbano explicó cómo deben comerse estas setas para disfrutarlas de verdad, cuando lo comprobemos quizá os contemos el secreto.

Cenamos carne a la brasa y no tardamos en acercarnos al fuego. Los pastores estaban más animados, al día siguiente “conquistarían” el Pozo de la Serna y darían cuenta de un bar por primera vez en bastantes días. Veían más cerca el final, en especial Pedro, que, como nosotros, concluía ya su vereda y volvía con su familia. 

Bebimos un poco de atrevido orujo y mistela para acallar un poco el frío pero no tuvimos valor de hacer tarde. Los días en la vereda empezaban a pesarnos a nosotros, jóvenes y con sólo 5 días en nuestras espaldas. Tuvimos tiempo antes de leer el blog de Ismael (incluida una entrada con puyita para los veterinarios) y de aprender a hacer queso de cabra gracias a las explicaciones de Carlos.

Nos fuimos a dormir pronto, más pronto de lo que nos hubiera gustado. Todo había pasado demasiado deprisa, mucho más de lo que nos hubiera gustado.


Autores: Fran Saura, Pepi Rivera, Calasanz Jiménez, Begoña Arnaiz, Teresa Fanlo, Marta Jorba

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