Amanecemos y al partir entre una espesa niebla, los pastores nos dan la voz de alarma: ¡el carnero está atobado (empachado)! A la salida del ganado, una oveja desorientada, caminaba ladeada entre viñedos, tras muchos esfuerzos para intentar incorporarla al rebaño ha sido el hierro el que la ha dejado descansar.
“El rebaño nunca se pierde, siempre los pastores son los que se pierden”. Siguiendo por la llanura manchega, nos disponemos a cruzar un par de carreteras y la vía de tren que nos hace agrupar a los animales para cruzar por un puente. Poco después de pasar unos pinos nos llega el olor del esperado almuerzo preparado con cariño por nuestros hateros.
Ya rumiando, nos reenganchamos a la vereda y como dicen los mayores de la zona: “andar andar y Socuéllamos a la par”.
Contrastando con el cultivo habitual de la zona, nos encontramos un campo de sandías, degustándolas en compañía de Problemas recibimos varias visitas de lugareños intrigados por el paso del rebaño. Tras la parada, retomamos nuestra marcha; inspirados en el paisaje tan relajado como el anterior surgen conversaciones sobre la vida misma.
Y estuvimos tan metidos dentro de la llanura Manchega que hasta pensamos que en algún momento podríamos ver ¡al Quijote!, pero no, era Urbano y los hateros preparando todo para pasar la tercera noche.
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