Nos levantamos a las 7 de la mañana. Durante la noche llovió bastante pero en poco tiempo. El día siguiente amaneció bastante nublado pero sin llover. Nos esperaba seguramente un día pasado por agua. Desayunamos al lado del fuego con un café con leche que nos entonaba para afrontar el camino con garantías.
Sobre las 8:30 el rebaño emprendió la vereda. El terreno era montañoso con laderas repletas de arbustos y campos de olivos en el horizonte. Como habíamos previsto, empezó a llover muy pronto y la lluvia nos acompañó hasta bien entrado el día. Comenzamos yendo por un camino con tierra ocre pero poco tiempo después los pastores se dieron cuenta que se habían ido unos kilómetros del camino y tuvimos que ir a retomarlo cruzando campo a través por un terreno pedregoso y repleto de arbustos.
El giro inesperado del camino nos puso sobre alerta, porque no resultaba fácil controlar a las ovejas por ese terreno. Los acompañantes nos pusimos cerrando el rebaño por detrás en forma de medio círculo mientras Ismael iba por delante y Vidal cerraba el grupo.
Tras un exigente camino, llegamos a una cumbre donde retomamos el camino. Desde allí, podíamos ver a nuestra derecha, a lo lejos, el pueblo de Alhambra con su misterioso castillo a lo alto de una colina.
Bajamos de los montes a un gran campo donde las ovejas retomaron sus fuerzas y camparon a sus anchas comiendo y descansando. Allí, al lado del campo, el hatero Urbano junto con su compañero Isidoro nos habían preparado una comida llena de energía para coger fuerzas. No faltaban los embutidos, los quesos y una pierna de jamón.
Después de la parada, pasamos por Alhambra con cuidado porque tuvimos que cortar una carretera. Después del pueblo, la ruta se suavizó bastante y los olivos se convirtieron en campos de cultivo. La lluvia paró y el final del camino fue placentero para todos.
Llegamos pronto en comparación con otros días, sobre las 17:00. Allí, todo estaba ya montado, con las tiendas, la hoguera y las demás “infraestructuras” tan necesarias para poder descansar.
Nos preparamos las tiendas y nos pusimos alrededor del fuego, esta vez, unos apetitosos chorizos con unos trozos de carrillera de cerdo fueron lo que comimos para cenar. Allí, al lado del fuego, debatimos acerca de los problemas del día a día de los pastores como el problema del lobo o los problemas de la PAC.
Por turnos, nos fuimos acostando esperando pasar una noche sin tanta agua como la de ayer. El día había sido intenso, como todos los demás, y necesitábamos recuperarnos de esta gran aventura con el peso de cada día que ya se iba notando en las piernas.
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