A la mañana siguiente nos despertamos pronto para, tras
desayunar en el bar de Guadalaviar, dar lugar al pistoletazo de salida de esta
vereda. El día no tenía buena pinta y no fue una buena mañana en cuanto a
tiempo se refiere, desde el mismo momento en que salimos de Los Chorros una
lluvia continua e incansable nos acompañó durante toda la mañana, calándonos
hasta los huesos, acentuado por el frío propio de la serranía. Además, toda la
etapa de la mañana fue subiendo cuestas, pero por suerte o por desgracia, no
hubo ninguna caída graciosa durante el trayecto, solo un par de amagos. Por el
camino, encontramos lechecillas, una planta que curiosamente es tóxica para
ovino pero no para caprino, así que como buenos Scrumers, cogimos unas cuantas
para llevárselas a Luis Miguel. Por el momento, ningún Tejo a la vista.
Poco a poco, entretenidos con acertijos e historias de
Vidal, fuimos subiendo hasta Los Collados del Aire, los cuales hicieron fama a
su nombre, ya imaginareis por qué. Allí, encontramos a nuestros hateros,
Urbano, Olleta y Leti, que aun estando mojados intentaron sacar fotos y hacer
una hoguera sin mucho éxito. La lluvia nos dio un descanso y pudimos disfrutar
de un almuerzo estupendo. Además, parecía que el tiempo que nos esperaba para
la tarde era mejor que el de la mañana, ya que, el día estaba abriendo. Después
de almorzar despedimos a Ana y al resto de compañeros de otros años que
tristemente ya no podían continuar con la vereda.
Por la tarde, fueron cuatro los hateros, Carmen, Héctor,
Amaia y Paula, ya que, era la primera vez que se montaba el campamento en campo
abierto y era mejor ir unos cuantos por los problemas que pudieran surgir el
primer día. Recogieron mucha leña para hacer la hoguera y llegaron a Las
Majadas, donde montaron el campamento y un gran tenderete de ropa mojada
alrededor del fuego.
Los trashumantes tuvieron una apacible tarde, en la que Problemas no
se metió en problemas, las ovejas pastaron a su gusto y ninguno de ellos se
cayó.
Al llegar, nos juntamos todos y pusimos más cosas a
secar en el fuego, casi parecía un mercadillo, había botas de todos los números
y colores, calcetines, guantes, pantalones… Nos sentamos a su alrededor un rato
mientras lentamente nos llegaba el dulce aroma de la comida que estaba
preparando Urbano. Cuando nos llamó a la mesa, estábamos tan ansiosos que no
hizo falta que nos llamara dos veces. Esa noche había preparado ensalada de
tomate y arroz al estilo rancho (solo él conoce los ingredientes secretos de la
receta), estaba todo COJONUDO (Juan Vicente, 2019).
Por último después de cenar, nos arrejuntamos en la
hoguera de nuevo, donde comimos bombones, bebimos un poquico y, sobre todo,
hablamos de la vida, haciendo tiempo hasta la hora de dormir, ya que, aunque
parecieran las 12 de la noche, tan solo eran las 9, pero poco a poco fuimos
cayendo uno tras otro hasta irnos todos a dormir.
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