martes, 26 de noviembre de 2019

3 de Noviembre de 2019


A la mañana siguiente nos despertamos pronto para, tras desayunar en el bar de Guadalaviar, dar lugar al pistoletazo de salida de esta vereda. El día no tenía buena pinta y no fue una buena mañana en cuanto a tiempo se refiere, desde el mismo momento en que salimos de Los Chorros una lluvia continua e incansable nos acompañó durante toda la mañana, calándonos hasta los huesos, acentuado por el frío propio de la serranía. Además, toda la etapa de la mañana fue subiendo cuestas, pero por suerte o por desgracia, no hubo ninguna caída graciosa durante el trayecto, solo un par de amagos. Por el camino, encontramos lechecillas, una planta que curiosamente es tóxica para ovino pero no para caprino, así que como buenos Scrumers, cogimos unas cuantas para llevárselas a Luis Miguel. Por el momento, ningún Tejo a la vista.
Poco a poco, entretenidos con acertijos e historias de Vidal, fuimos subiendo hasta Los Collados del Aire, los cuales hicieron fama a su nombre, ya imaginareis por qué. Allí, encontramos a nuestros hateros, Urbano, Olleta y Leti, que aun estando mojados intentaron sacar fotos y hacer una hoguera sin mucho éxito. La lluvia nos dio un descanso y pudimos disfrutar de un almuerzo estupendo. Además, parecía que el tiempo que nos esperaba para la tarde era mejor que el de la mañana, ya que, el día estaba abriendo. Después de almorzar despedimos a Ana y al resto de compañeros de otros años que tristemente ya no podían continuar con la vereda.



Por la tarde, fueron cuatro los hateros, Carmen, Héctor, Amaia y Paula, ya que, era la primera vez que se montaba el campamento en campo abierto y era mejor ir unos cuantos por los problemas que pudieran surgir el primer día. Recogieron mucha leña para hacer la hoguera y llegaron a Las Majadas, donde montaron el campamento y un gran tenderete de ropa mojada alrededor del fuego.
Los trashumantes tuvieron una apacible tarde, en la que Problemas no se metió en problemas, las ovejas pastaron a su gusto y ninguno de ellos se cayó.




Al llegar, nos juntamos todos y pusimos más cosas a secar en el fuego, casi parecía un mercadillo, había botas de todos los números y colores, calcetines, guantes, pantalones… Nos sentamos a su alrededor un rato mientras lentamente nos llegaba el dulce aroma de la comida que estaba preparando Urbano. Cuando nos llamó a la mesa, estábamos tan ansiosos que no hizo falta que nos llamara dos veces. Esa noche había preparado ensalada de tomate y arroz al estilo rancho (solo él conoce los ingredientes secretos de la receta), estaba todo COJONUDO (Juan Vicente, 2019).
Por último después de cenar, nos arrejuntamos en la hoguera de nuevo, donde comimos bombones, bebimos un poquico y, sobre todo, hablamos de la vida, haciendo tiempo hasta la hora de dormir, ya que, aunque parecieran las 12 de la noche, tan solo eran las 9, pero poco a poco fuimos cayendo uno tras otro hasta irnos todos a dormir.


 


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