Además de todos estos
recuerdos que permanecen en nuestra cabeza, una mezcla de sentimientos recorren
nuestro cuerpo cada vez que alguien pregunta, ¿Qué tal, cómo ha ido la trashu?
Después de corregir que no es trashumancia, que lo que hemos hecho ha sido la
vereda, intentas poner palabras a esas sensaciones, aunque es imposible describir lo que hemos vivido a
alguien que no ha tenido la oportunidad de sentir algo así.
Seis días en los que lo
compartes todo; seis días que sientes que formas parte de una pequeña familia
que se forma en base a los valores del respeto, el compañerismo y el amor por
la naturaleza y los animales. Casi una semana en la que puedes dar tiempo a tus
recuerdos de la infancia para que resurjan y sentir que estas a gusto para
poder compartirlos.
Todo ello acompañando a
unas personas admirables que en tan pocos días consiguen hacernos reflexionar y
que nos demos cuenta de cosas que parecen obvias y son tan importantes, como
que “lo más importante es vivir y dejar vivir” o “el sol sale para todos y
nunca solo para ti”.
Todas las personas tienen
algo de lo que podemos aprender; los pastores que acompañamos durante la vereda
son muestra de ello. Vidal, “El Cuervo”, fue con el que más tiempo pasamos. Le
acompañamos detrás del rebaño durante toda la semana, fue él, el que varias
veces, nos recordó esas frases que hemos escrito arriba y, que con tanto cariño
recordamos.
Juan Vicente, pastor a los
14 años, tuvo que dejarlo, según nos contaba, entre lágrimas, por buscar un
futuro en otro lugar, un lugar como Zaragoza, que como ya sabemos, nada tiene
que ver con esos parajes por los que paseábamos, pero que sin duda, facilidades
las tiene. Juan Vicente, con sus 70 años, había vuelto a la vereda para cumplir
su ilusión. Si tienes un sueño, algo que te apetece, adelante, “El que la sigue
la consigue”, eso nos enseñó él.
Nos hizo
reflexionar sobre la excesiva importancia que se le da a algunas cosas cuando
en realidad no la tienen. Es imposible no destacar de Juan Vicente la felicidad
y el cariño que nos transmitió durante toda la semana.
Urbano, el Tío Domingo, la sencillez en persona. Nos
enseñó lo poco que hace falta para ser feliz. Reservado y cercano al mismo
tiempo, con su risa contagiosa, nos impulsaba a acompañarle en sus funciones de
hatero, aprendiendo así la importancia de cuidar de los compañeros, preparar un
buen hato, que incluya buena lumbre, comida caliente y tiendas montadas es
imprescindible para conservar el espíritu y la dinámica de la vereda.
El carismático y positivo
Ismael era el encargado de guiarnos por
sendas y caminos que sabía sin mapa ni brújula, aunque los mojones delimitaban
la vereda. Cuando las ovejas no se atrevían a cruzar un puente o pasar por un
túnel, al oír su llamada, los lanzaderos o “cabros” castrados acudían a
encabezar el rebaño y de esta manera conseguían que las ovejas pasaran sin
dilación. Aunque durante el día lo veíamos en la distancia por las noches a la
luz de la hoguera nos recitaba de memoria poemas y canciones populares.
La vereda no es solo una
anécdota que contar a nuestros hijos, nos hizo experimentar sensaciones y
vivencias nuevas que solo podrán disfrutar
si conseguimos que esto perdure en el tiempo.
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