La aventura empieza con la
primera reunión de la trashumancia, momento en el cual abres una carpeta en tu
mente y empiezas a archivar todo lo imprescindible; calcetines térmicos,
camisetas térmicas, pantalones térmicos, guantes térmicos y hasta ropa interior
térmica también, si es posible. Sí, efectivamente, en ese mismo instante te das
cuenta del frío que vas a pasar, pero como dice el dicho, "sarna con gusto no
pica".
El siguiente paso es conseguir
meter todo lo “mínimo” en mochila y media y, como siempre aparecen algunos
“mínimos” de última hora, acabas viendo que para realizar el simple gesto de
cerrar una cremallera, necesitas pasar antes por el gimnasio. No obstante, ¡reto
conseguido!.
Hemos quedado a las 07:30 en la
facultad para recoger las tiendas, que estaban aireándose después de haber sido
usadas por el grupo anterior, además de la jaima y las sillas. Algunos de
nosotros aun no nos conocíamos y, tras los pertinentes besos y presentaciones,
la sensación es que vamos a hacer un buen equipo. Se siente una gran
motivación, mucha felicidad y unas ganas enormes de pasar unos días increíbles
en contacto directo con la tierra.
Bueno, la primera en la frente,
sustito con el aceite de una de las furgonetas, parada técnica y, gracias a los
mecánicos/as del grupo, todo solucionado. De nuevo en camino dirección a las
Pedroñeras, nuestro primer destino.
Durante el trayecto, nos hemos
encontrado con una estampa invernal de primeras, picos medio nevados,
agua-nieve cayendo a ráfagas, suelos encharcados… Por suerte, al avistar el
ansiado rebaño de ovejas, salía algún que otro rayo de sol ¡madre mía lo que se
agradecía! El "no tan ansiado" frío también estaba ahí para recibirnos. Tras presentarnos
a los que serán nuestra guía y camino en estos días, los pastores (Urbano,
Vidal, Ismael) y sus dos amigos (Juan Vicente y Antonio), nos separamos en dos
grupos. Unos fuimos a preparar el campamento y los demás siguieron el camino a
pie. Esta noche la pasaríamos en la ermitas de San Isidro.
Al caer el día, llegó el rebaño al
punto de encuentro y la estampa que presenciamos fue espectacular (fig.1).
Mirando a contraluz se podía ver, en primer plano, una marea de siluetas
recogiéndose en el corral; a las que le seguían los pastores, sus perros y
Problemas. En segundo plano, podías ver como el sol descendía de entre las nubes
y se adentraba en el horizonte despidiéndose de todos por hoy, otorgándonos una
luz cálida antes de entrar la noche.
Alrededor de la hoguera esperamos
a que Urbano terminara de preparar la cena. Estábamos ansiosos por probar sus
famosos calderos, y hemos de decir que no defraudó. Dentro de la jaima y a la luz de las linternas,
cenamos. Lo primero fue una ensalada de tomate, ajo del lugar, boquerones y aceite.
Había que vernos cómo hacíamos barquitos con el pan ¡con qué gusto!. Entre
bocado y bocado ¡atento, que llegaba la bota! La regla máxima es que Irene, la
que si le aprietas el culo te da todo lo que tiene, no podía parar. Así que,
dos turnos antes de que te llegara, ya podías ir dejando el cubierto y pan en
la mesa y tragando lo que hubiera en la boca. Al rato llegó el segundo plato,
el caldero. Lo cierto es que nos hicieron chiribitas los ojos al ver entrar
aquel perolo lleno de arroz, langostinos y carne, y después hizo chiribitas el
paladar… solo añadiré que los perros nos miraban con envidia porque no les
dejamos ni para probar el suculento manjar!.
Ya con la barriga llena, nos
sentamos todos al calor de la lumbre. En un primer momento, un silencio
vergonzoso invadía el ambiente, aunque poco tardó en distenderse. Quién sabe,
igual la crema de licor tuvo algo que ver… Y así, entre charla y charla, los
pastores nos enseñaron la segunda gran lección, ya el primer día; los 5
mandamientos del pastor. Uno a uno Vidal nos los fue recitando, -Mandamiento
número uno, comerse siempre el mejor cordero. Mandamiento número dos, comerse
con las ovejas el mundo entero. Mandamiento número tres, saber comer sopas en
el puchero. Mandamiento número cuatro, comer hasta después de harto. Mandamiento
número cinco, no decirle la verdad ni a cristo-.
Pese al rico calor de la lumbre,
poco a poco fueron descendiendo los integrantes del grupo, y los últimos
valientes que quedamos finalmente nos vimos obligados a abandonar porque la
lluvia nos invitó a irnos a dormir.
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