El último día, nos levantamos
sabiendo que nuestra gran aventura llegaba a su fin. Recogimos el campamento
con lástima y pena, ya que veíamos que era la última vez que volveríamos a
hacerlo.
Tras recoger, nos dispusimos a
iniciar los que serían nuestros últimos pasos de un viaje inolvidable y junto a
las personas que se habían convertido durante estos días en nuestra familia.
Andamos al lado del rebaño, y contemplando aquellas ovejas que nos habían acompañado
durante la travesía, no pudimos evitar pensar en la gran oportunidad que con la
que habíamos sido brindados.
Una vez andados unos kilómetros
entre montañas llegamos a Alhambra, municipio en el cual se iba a celebrar la
última comida, unas ricas gachas, y los últimos tragos a Irene. Como siempre no
faltaban las risas, pero todo el mundo sabía que esta vez iban seguidas de una
dura despedida muy a nuestro pesar... (Fig. 7).
Tras abrazos, besos y sonrisas,
que paliaron el duro momento, nos marchamos. Dejamos atrás a unas personas
increíbles, y con ellas, una tradición que corre grave peligro de desaparecer. No obstante, es
esta vida hay que ser optimista y con lo que nos quedamos cada uno de los
compañeros es, que hemos formado parte de una experiencia única que no está al
alcance de cualquiera hoy en día y la cual nos ha fortalecido nuestras ganas de
luchar y reivindicar la importancia de este sector, que al fin y al cabo es
cultura, es diversidad, historia y vida.
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