7:30 de la mañana.
Facultad de Veterinaria. Recogemos las tiendas y cargamos el coche. “Qué bien
lo vamos a pasar” nos decimos los unos a los otros constantemente. Acabamos con
los preparativos, estamos listos. O quizá… todavía no. ¿Dónde está Nuria?
Nuria todavía
estaba en su cama, contando ovejitas. No tenemos muy claro si se quedaría por
la 200 o por la 2000 cuando la despertamos por teléfono. Bueno, ninguna buena
historia fue perfecta. Tomamos café mientras la esperábamos y nos dividimos en
los coches. Dos furgonetas como estaba previsto y el coche de Delia, la
profesora. Este último se vino más bien de forma improvisada. ¿Que por qué? Éramos
12. Había 11 plazas. Y nos dimos cuenta… 12 horas antes.
Así, asiento
asegurado, salimos camino de Alcalá de Henares. Faltaba el último miembro de
esta tripulación. María Sánchez nos esperaba en un bar de nombre tan peculiar
como nuestro grupo, Michael Segundo. Aquí comenzarían nuestras comidas en
familia, pero en aquel momento no éramos conscientes de lo que las echaríamos
de menos.
El entusiasmo era
notorio, tanto, que hasta el camarero nos preguntó si éramos un equipo de
rugby. Entre risas, le explicamos lo que estábamos a punto de vivir y, dudas
resueltas, retomamos nuestro camino.
No quedaba nada,
apenas 2 horas de viaje, donde ya empezábamos a conocernos y a reírnos de la
peculiar canción del meneo de la oliva que Alba nos prometió que iba a acompañar
con un baile de jota abulense por la noche. Bocadillo en Valdepeñas, último
contacto con la vida entre cimientos, último lugar antes de sumergirnos en la
vereda.
Pozo de la Serna,
ya estábamos, solo quedaba encontrar a los pastores y a sus 2500 ovejas, ¿sería
fácil? Un pequeño pinar en mitad de la nada cobijaba a un señor, 4 tiendas de
campaña y una lumbre; era nuestro lugar. Juan Vicente, que a sus 70 años había
decidido revivir la experiencia de la trashumancia, nos recibió con cálida
emoción que nos hizo olvidar el mal tiempo que hacía. Montamos nuestras tiendas
y fuimos en busca del resto de integrantes. En la lejanía, avistamos a Ismael,
que junto a sus perros, guiaba al rebaño por los amplios campos. Vidal iba por
detrás, escoltado por sus fieras, fieras que pelearían por recibir nuestras
caricias los próximos días (Fig.1).
Ya en el
campamento, con la carpa montada tras una dura lucha por comprender las
instrucciones, comenzamos a forjar este lazo que de una manera u otra, nunca
dejará de existir.
-” Ya está la cena
en el caseto”.
Día 1 y ya caímos rendidos ante las dotes
culinarias de Urbano, ¡Qué maravilla!
Brasa, ensalada y
careta de cerdo y panceta al fuego, solo queda la bebida.
- ¿Dónde está
Irene?
- ¿Quién es Irene?
- La bota.
- Y por qué se
llama así.
- Porque le
aprietas el culo y te da todo lo que tiene.
Aprovechando el
momento en el que estábamos todos reunidos en la lumbre, hicimos entrega a los
pastores de los regalos que les habíamos traído: una bota con sus respectivos nombres
para Ismael, Vidal y Urbano, así como una navaja grabada de madera para Juan
Vicente. El obsequio les desbordó de emoción y a Juan Vicente se le saltó
alguna lagrimilla.
Desconocimiento y
ganas de aprender, alegría por estar, entusiasmo por compartir. La noche estaba
yendo sobre ruedas, el agua no iba a mermar nuestras ganas de sentarnos
alrededor de la lumbre y calentarnos con el fuego y con nuestras historias, con
los poemas de María y los de Ismael, con las canciones al son de la guitarra de
María.
Tranquilidad, paz,
desconexión, evasión, pero...espera, ¿qué es eso? Peter el australiano quiere
enseñarnos una canción.
-”He can run.. he
sure can run…he comes running through the outback underneath the blessing sun”.
Desde este momento
hasta un futuro desconocido tendríamos esta canción en el subconsciente,
tarareándola sin querer, silbándola, acompañándonos a lo largo de toda la
vereda, a pesar de nuestros arduos intentos por dejar de cantarla...pero ya
estábamos atrapados en ella y en la inefable experiencia de vivir y de sentir
lo que es ser pastor, recorrer un camino, bonito pero duro, intenso pero
gratificante. Ya empezaba, ya empezábamos a vivir con calma, y en familia.
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