miércoles, 4 de diciembre de 2019

21 de noviembre de 2019


Siete de la mañana. Problemas, el burro, daba comienzo con su rebuzno al primer verdadero día de caminar. Salimos todos de nuestras tiendas con buen humor y muchas ganas de comenzar a andar. Recogimos las tiendas y desayunamos. “Cafeles, chupachules, cascahuetes” nos llamaba Ismael para ir a por el café. Y por fin… Empezamos a andar, a escribir en pasos esta historia, nuestra propia vereda. Después de todo lo que nos habían contado otros grupos, al margen de todas las expectativas creadas, por fin eran nuestros pasos los protagonistas de lo que para nosotros sería la vereda. Cada grupo lo había vivido de una forma distinta y aquí empezaba la nuestra.

Ismael va delante, las ovejas le siguen y nosotros detrás, con Vidal. Alba, Pablo y Andrés iban de hateros. Al poco de empezar a andar apareció Diego Arroyave, amigo de Emilio y repetidor en esto de la vereda… No es que no se conociera el temario sino que cuando estuvo el año pasado, le gustó tanto que no había dudado en repetir. Carmen, que ya había coincidido con él, fue a saludarlo con entusiasmo.
Cruzamos Pozo de la Serna y el embalse de Las Cabezuelas por un puente, en el cual la Guardia Civil tuvo que escoltarnos. Comimos al lado del pantano: sobras de la cena del día anterior, embutido y queso. Este último fue cortesía de una quesería de Pozo de la Serna, que tras arrasar con sus existencias había decidido regalarnos un poco de este exquisito manjar.
En el camino, todo tipo de conversaciones con distintas personas. Algunos nos conocíamos ya bien, a otros, sin embargo, comenzábamos a descubrirlos. Andábamos al compás de las palabras y las ganas estaban presentes en todos y cada uno de nuestros pasos. Explicábamos de dónde veníamos, contábamos historietas pasadas o planes de futuro y comenzábamos a conocer a Vidal. Sus refranes y acertijos, su buena conversación y su experiencia. Admirábamos cómo trabajaban sus perros, cómo ponían orden entre las ovejas, dejándolas pastar pero cuidando de que ninguna se quedara rezagada. También Problemas guiaba nuestros pasos y a ratos incluso los daba por nosotros. María y Leire montaron un rato en él y sin prisa pero sin pausa, continuamos con nuestro camino.

“Se pierden los pastores, pero el rebaño nunca se pierde”. El rebaño conoce el camino, el rebaño sabe dónde va. Conoce el desenlace de esta historia, que poco a poco nos irá haciendo descubrir (Fig.2).


Durante el recorrido de la tarde Peter, el australiano, se perdió. Tras un rato llamándolo por fin reconoció el camino y volvió a unirse al grupo pero esto, claro está, nos llevaría ya a unas cuantas risas y chistes por nuestra parte.

Sin embargo, no todo es tan bonito como debería, y a veces los pastores se encuentran con dificultades añadidas por el camino. La Cañada Real debe ser de un mínimo de 75 metros de ancho, pero esto no siempre sucede así e incluso a veces no está bien señalado. Durante el camino de la tarde, nosotros mismos fuimos testigos de las discordias que esto provoca entre pastores y agricultores. Un hombre se acercó y nos siguió, diciéndole de malas maneras a Vidal que se fuera “a tomar por culo con sus ovejas” (perdonad la expresión, pero estamos citando textualmente), lo que evidentemente sentó muy mal a Vidal.

Una vez dejado este incidente atrás, seguimos adelante. El paisaje comenzaba a cambiar progresivamente ante nuestros ojos y nos adentramos en un encinar. Una de las ovejas decidió que ella no seguía caminos marcados y sin nadie entender cómo, consiguió colarse por una de las vallas y salir del camino.  Por suerte, había una puerta más adelante por la que pudimos sacarla.

Sobre las 17h de la tarde, por fin llegamos al campamento. Las dos Marías y Diego, que habían sido hateros esa tarde, tenían ya (no sin haber pasado ligeros apuros) todas las tiendas y la carpa montadas.

Urbano, jefe y máster en la cocina, preparó un puchero de garbanzos con el que todos quedamos encantados. Ninguna de las cenas de esta semana dejarían indiferente a nadie.

Y por fin, llegó uno de los momentos más esperados del día: la hoguera, o mejor dicho, la lumbre. Allí cada uno compartía aquello que mejor se le daba. De nuevo, María nos deleitaba con su guitarra y la otra María nos recitaba sus poesías o nos leía sus textos. Juan Vicente nos enseñó orgulloso un vídeo que su profesora de acordeón le había mandado tocando el Vals de las Mariposas, y Pablo y Andrés nos amenizaron la noche con historias de lo más variopintas (Fig.3).



Hablamos de todo y de nada, incluso de daltónicos y sinestésicos; perdemos la noción del tiempo, la hoguera nos absorbe. Nada ni nadie podría estropear los mágicos momentos de hoguera de esta vereda.
Allí, en ese momento mágico, Diego hizo una reflexión que nos hace pensar a todos. Nos recordó todas las civilizaciones que ha pasado a lo largo de la historia por aquellas tierras. Allí, en aquel lugar que nosotros consideramos prácticamente inhóspito, han estado antes romanos, cartagineses, árabes, visigodos...  Creyendo, probablemente ellos también, en lo único de sus pasos. Volvemos a caminar caminos andados pues, pero si hay algo que es cierto es que para cada uno de nosotros, nuestros pasos son únicos e irrepetibles. El momento, el lugar, la compañía. Jamás volveremos a replicar este momento. 


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