Siete de la mañana.
Problemas, el burro, daba comienzo con su rebuzno al primer verdadero día de
caminar. Salimos todos de nuestras tiendas con buen humor y muchas ganas de
comenzar a andar. Recogimos las tiendas y desayunamos. “Cafeles, chupachules,
cascahuetes” nos llamaba Ismael para ir a por el café. Y por fin… Empezamos a
andar, a escribir en pasos esta historia, nuestra propia vereda. Después de
todo lo que nos habían contado otros grupos, al margen de todas las
expectativas creadas, por fin eran nuestros pasos los protagonistas de lo que
para nosotros sería la vereda. Cada grupo lo había vivido de una forma distinta
y aquí empezaba la nuestra.
Ismael va delante,
las ovejas le siguen y nosotros detrás, con Vidal. Alba, Pablo y Andrés iban de
hateros. Al poco de empezar a andar apareció Diego Arroyave, amigo de Emilio y
repetidor en esto de la vereda… No es que no se conociera el temario sino que
cuando estuvo el año pasado, le gustó tanto que no había dudado en repetir.
Carmen, que ya había coincidido con él, fue a saludarlo con entusiasmo.
Cruzamos Pozo de la
Serna y el embalse de Las Cabezuelas por un puente, en el cual la Guardia Civil
tuvo que escoltarnos. Comimos al lado del pantano: sobras de la cena del día
anterior, embutido y queso. Este último fue cortesía de una quesería de Pozo de
la Serna, que tras arrasar con sus existencias había decidido regalarnos un
poco de este exquisito manjar.
En el camino, todo
tipo de conversaciones con distintas personas. Algunos nos conocíamos ya bien,
a otros, sin embargo, comenzábamos a descubrirlos. Andábamos al compás de las
palabras y las ganas estaban presentes en todos y cada uno de nuestros pasos.
Explicábamos de dónde veníamos, contábamos historietas pasadas o planes de
futuro y comenzábamos a conocer a Vidal. Sus refranes y acertijos, su buena
conversación y su experiencia. Admirábamos cómo trabajaban sus perros, cómo
ponían orden entre las ovejas, dejándolas pastar pero cuidando de que ninguna
se quedara rezagada. También Problemas guiaba nuestros pasos y a ratos incluso
los daba por nosotros. María y Leire montaron un rato en él y sin prisa pero
sin pausa, continuamos con nuestro camino.
“Se pierden los
pastores, pero el rebaño nunca se pierde”. El rebaño conoce el camino, el
rebaño sabe dónde va. Conoce el desenlace de esta historia, que poco a poco nos
irá haciendo descubrir (Fig.2).
Durante el
recorrido de la tarde Peter, el australiano, se perdió. Tras un rato llamándolo
por fin reconoció el camino y volvió a unirse al grupo pero esto, claro está,
nos llevaría ya a unas cuantas risas y chistes por nuestra parte.
Sin embargo, no
todo es tan bonito como debería, y a veces los pastores se encuentran con
dificultades añadidas por el camino. La Cañada Real debe ser de un mínimo de 75
metros de ancho, pero esto no siempre sucede así e incluso a veces no está bien
señalado. Durante el camino de la tarde, nosotros mismos fuimos testigos de las
discordias que esto provoca entre pastores y agricultores. Un hombre se acercó
y nos siguió, diciéndole de malas maneras a Vidal que se fuera “a tomar por
culo con sus ovejas” (perdonad la expresión, pero estamos citando
textualmente), lo que evidentemente sentó muy mal a Vidal.
Una vez dejado este
incidente atrás, seguimos adelante. El paisaje comenzaba a cambiar
progresivamente ante nuestros ojos y nos adentramos en un encinar. Una de las
ovejas decidió que ella no seguía caminos marcados y sin nadie entender cómo,
consiguió colarse por una de las vallas y salir del camino. Por suerte, había una puerta más adelante por
la que pudimos sacarla.
Sobre las 17h de la
tarde, por fin llegamos al campamento. Las dos Marías y Diego, que habían sido
hateros esa tarde, tenían ya (no sin haber pasado ligeros apuros) todas las
tiendas y la carpa montadas.
Urbano, jefe y
máster en la cocina, preparó un puchero de garbanzos con el que todos quedamos
encantados. Ninguna de las cenas de esta semana dejarían indiferente a nadie.
Y por fin, llegó
uno de los momentos más esperados del día: la hoguera, o mejor dicho, la
lumbre. Allí cada uno compartía aquello que mejor se le daba. De nuevo, María
nos deleitaba con su guitarra y la otra María nos recitaba sus poesías o nos leía sus textos. Juan
Vicente nos enseñó orgulloso un vídeo que su profesora de acordeón le había
mandado tocando el Vals de las Mariposas, y Pablo y Andrés nos amenizaron la
noche con historias de lo más variopintas (Fig.3).
Hablamos de todo y
de nada, incluso de daltónicos y sinestésicos; perdemos la noción del tiempo,
la hoguera nos absorbe. Nada ni nadie podría estropear los mágicos momentos de
hoguera de esta vereda.
Allí, en ese momento mágico, Diego hizo una reflexión que nos hace pensar a todos. Nos recordó todas las civilizaciones que ha pasado a lo largo de la historia por aquellas tierras. Allí, en aquel lugar que nosotros consideramos prácticamente inhóspito, han estado antes romanos, cartagineses, árabes, visigodos... Creyendo, probablemente ellos también, en lo único de sus pasos. Volvemos a caminar caminos andados pues, pero si hay algo que es cierto es que para cada uno de nosotros, nuestros pasos son únicos e irrepetibles. El momento, el lugar, la compañía. Jamás volveremos a replicar este momento.
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