El domingo el
campamento despertó envuelto en niebla. Parecíamos estar en una isla en medio
de la nada. En seguida acudimos a la lumbre, ansiosos de nuestro habitual
desayuno a base de magdalenas y café. Desmontamos mientras comentábamos la
bajada de temperaturas que todos habíamos podido notar: estábamos a tres grados
centígrados. Pero nuestro ánimo no se había enfriado ni un poquito y, por
último día, nos dispusimos a continuar con nuestro camino.
Cuando comenzamos a
andar una vez
más, Vidal amplió nuestros conocimientos a raíz de la observación de los
pastos, explicándonos la diferencia entre la hierba de raíz y de
semilla. La hierba de raíz es la que aparece en la meseta quedando latente
durante el invierno y rebrotando en verano, mientras que la de semilla aparece
en la serranía durante el otoño y la cubre con un verde manto.
Según avanzábamos
con el rebaño Vidal nos comentó que la administración les ponía trabas teniendo
que adaptarse a las leyes de cada comunidad autónoma, y la PAC, que
supuestamente recompensa esas labores, como el pago verde, no las reconocía y en
lugar de verse beneficiados se veían en cierto modo perjudicados.
Durante la mañana,
el frío no se separó de nuestra comitiva. Por suerte, nos amenizó un grupo de
niños que salió del bosque, llevando consigo una cesta y muchas ganas de hablar
con nosotros:
“- ¿Vuestros padres
no están por aquí con vosotros?” preguntó Vidal desconcertado, a lo que uno de
los niños (de medio metro de estatura) respondió:
“- No, me conozco
este bosque como la palma de mi mano”
A todos nos invadió
una mezcla de ternura y risa, pero ante tanta seguridad, nadie se atrevió a
llevarle la contraria.”
Otro de los
factores que nos llamó la atención fue el paraje que nos rodeaba: tras un
incendio, el monte había sido repoblado y había miles de árboles jóvenes
plantados sobre las laderas, protegidos con mallas. Estuvimos reflexionando
sobre lo devastadores que son los incendios, ya que, aunque se repueblen las
zonas afectadas, los ecosistemas tardan años en recomponerse (Fig. 7).
A mediodía, comimos
en una explanada frente a la entrada de una gran finca. En éste punto, se nos
unieron dos ingenieros agrónomos que nos acompañaron durante el resto del día y nos explicaron muchas
cosas acerca de aquella zona de Andalucía, como por ejemplo, la situación de la
población de linces de la zona.
Terminamos nuestra
agradable comilona con unas deliciosas naranjas y una pequeña siesta. Antes de
comenzar nuestro recorrido de la tarde, nos pusimos de acuerdo para hacernos
una foto conjunta; por supuesto, el burro Problemas tampoco quiso quedarse
fuera (Fig. 8).
Tras el retrato (que días después nos
haría sonreír al verlo), continuamos nuestra marcha por la vereda. El paisaje no
podía ser más hermoso: recorrimos enormes dehesas plagadas de grandes encinas.
Todos nos pusimos morados: las ovejas a base de bellotas y nosotros a base de
fotos. Nuria y Miriam avistaron a una yegua y su potro en lo alto de la ladera,
pero al intentar acercarse a ellos, huyeron. Como (casi) veterinarios, estamos
acostumbrados a que los animales intenten evitarnos.
También pasamos cerca de kilométricas
fincas, que además de reunir en su interior casas monumentales, alojaban a
grupos de ciervos que nos dejaron boquiabiertos con sus magníficas cornamentas
y sus increíbles saltos, corriendo a través de la ladera.
A Alba le gustaron especialmente éstas
parcelas, y estuvimos planeando diversas estrategias (todas moralmente
cuestionables) de hacerse dueña de alguna de ellas. A fin de cuentas, soñar es
gratis.
Por última vez,
llegamos al campamento nocturno. La lumbre ya estaba alta y Urbano preparaba la
cena, que aquella noche consistió en una estupenda paella de marisco (perdón,
arroz con cosas procedentes del mar); regada con el vino que había dejado José Luis Olleta, uno de
los profesores que había ido en el primer turno.
Como siempre, nos
reunimos frente a la lumbre después de cenar y Peter nos comentó el gran
beneficio que obtienen en Australia de la lana de la merina, ya que en lugar de
obtener 2,5 kilos como sucede en España, consiguen 6-7 kilos por oveja, debido a
la gran cantidad de pliegues conseguidos a través de una intensa selección
genética. Tal vez porque era la última
noche, o porque la práctica hace al maestro, aquella velada nos esmeramos
especialmente, y al son de la guitarra de María cantamos todo nuestro
repertorio.
Después, Emilio nos
pidió que cada uno expresase lo que había significado para él o ella la vereda.
Fue un momento muy bonito, puesto que todos nuestros testimonios coincidían:
nos sentíamos melancólicos por el fin del viaje, pero muy satisfechos y
agradecidos por la experiencia y por todo lo que habíamos aprendido. A todos
nos sirvió para valorar el importantísimo trabajo que hacen los pastores,
realizando cada año la trashumancia, a pesar de las inclemencias del tiempo y
el desinterés de la mayoría de la sociedad. Por suerte, como dijo María
Sánchez, cada uno nos llevamos una pequeña semilla de la vereda, y, tal como
hacen las ovejas, las iremos distribuyendo a nuestro paso por el mundo.
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