Amanecimos con
previsiones de lluvia bajo el brazo y aunque albergábamos la esperanza de que
nuestros móviles se equivocaran, la tecnología tuvo razón. Parecía que el cielo
se burlaba de nosotros y esperaba a que Vidal se quitase el impermeable para
empezar a llover (Fig. 4).
Avanzábamos por el
término de Torrenueva, en dirección a Castellar de Santiago, a través de fincas
repletas de olivos y encinas; siempre pendientes que las ovejas no se desviasen
del camino, ya que los olivos eran una tentación para ellas. Vidal amenizó la
marcha con su gran repertorio de acertijos y chistes que desengrasaron nuestro
cerebro.
Tras un rato
caminando, pecamos de inexpertos al preguntar: “¿Cuándo llegaremos?” a lo que
Vidal, sin dudarlo, contestó: “Antes de cenar.”
Justo antes de
llegar al punto de encuentro con Urbano comenzó a llover coincidiendo con la
llegada de Pedro Cordero (Peter Lamb para los amigos) y su compañera de trabajo
Carmen. Pedro repetía la experiencia y Carmen, novata en este tema, venía con
las expectativas por las nubes gracias a los comentarios de su compañero,
animándola a unirse al grupo.
Pese a que
diluviaba, Urbano nos había preparado con todo su amor huevos fritos (por
supuesto bien aliñados con ajo bajo la supervisión del Licenciado Arroyave,
alias El Colombiano). A pesar de que los huevos fritos al final estuvieron
pasados por agua, no duraron ni cinco minutos en sus bandejas. Obviamente no
podían faltar los ingredientes estrella de nuestros almuerzos: los embutidos,
el pan e Irene.
Debido a que la
lluvia no amainaba nos quedamos de sobremesa todos juntos bajo el “caseto”,
como sardinas en lata, pero muy bien avenidos. Nuria necesitó ayuda para
enfundarse en un impermeable militar en el que podríamos haber cabido todos.
Mientras tanto Miriam, huérfana de una lentilla extraviada esa misma mañana,
trataba de calcular las distancias sin mucho éxito.
Íbamos a dormir en
el Cerro del Lobo, pero no pudimos por las condiciones meteorológicas y tuvimos
que montar el campamento en una zona más accesible en coche, entendiendo por
accesible que el coche solo se quedase embarrado una vez. Esa tarde estuvieron
de hateros Emilio, Miriam y Leire; aunque tuvieron dificultades para arrancar,
papi Peter Lamb acudió al rescate de Miriam pudiendo emprender la marcha hasta
el cerro.
Durante el montaje
del campamento la lluvia siguió sin darnos una tregua y acabamos calados hasta
los huesos. Menos mal que la lumbre de Urbano nunca defrauda y pudimos
calentarnos bajo la lluvia. Mientras la luz se desvanecía llegaron nuevas
incorporaciones al grupo: Nuria Luján, que venía a hacer un proyecto
audiovisual sobre la relación humano-animal, y Pablo Lacasta, que venía
recomendado por su tía Delia a vivir la experiencia.
Juan Vicente se
quedó encerrado en su tienda y pidió desesperadamente que alguien le bajase la
“cremellera”. Ante tan desafortunadas palabras la gente decidió ignorarlas
hasta que finalmente Ismael se apiadó de él. Obviamente, su grito de ayuda fue
el chascarrillo de la cena esa noche. “Siempre estáis con el ascua encendía”
dijo Vidal, haciendo referencia a la expresión que esa misma mañana nos había
explicado y que se convirtió en uno de los lemas de nuestra vereda.
Urbano, como cada
noche, preparó un puchero delicioso de “arroz con cosas”, en palabras de los
valencianos Delia y Pablo, expertos en materia de paella. Lo mejor del postre
no fue ni la tarta de chocolate ni el roscón, sino el cielo repleto de estrellas
que nos esperaba al salir del “caseto”.
Ismael: “Mirad,
está raso. Se ven las estrellas.”
Vidal: “¿Veis? La
felicidad es esto. Hay que pasarlo mal primero para valorar cuando uno está
bien.”
Después de estas
sabias palabras, nos reunimos alrededor de la lumbre ,como cada noche, aunque
esta fue distinta a las demás no sólo por la tregua que la lluvia nos había
regalado sino porque esa noche nació la “rabbit party”. Todo un éxito.
Llegados a este
punto nos vemos en la obligación de explicar en qué consiste este nuevo
concepto, aunque las palabras no hacen justicia a tan singular acontecimiento.
Sólo podemos decir que aquella noche descubrimos facetas inesperadas y ocultas
que nos hicieron ver con otros ojos a algunos de nuestros compañeros.
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