Ismael -¿Pero qué raro canta este
gallo no? (refiriéndose al rebuzno del burro Problemas)-. Fue la frase estrella
con la que nos despertamos el segundo día. Tras desmontar, prepararnos y tomar
un buen café caliente, cogimos camino. La sensación que sentimos esa mañana fue
la de estar en pausa… en ella solo cabía pensar en los animales, el camino y el
presente. La mañana transcurrió tranquila, y a medio día paramos a reponer
fuerzas. Urbano, cuya función en la vereda es la de hatero, junto con Antonio y
tres de nosotros, nos encargamos de avivar las llamas de otra hoguera y montar
la mesa donde comeríamos. Para quién no sepa lo que implica ser hatero, es la
persona encargada de adelantarse al rebaño y comprar la comida, prepararla,
rellenar botellas de agua, preparar el campamento, cortar leña, etc., en
definitiva, tener todo listo para cuando lleguen los demás. La comida de medio
día, alrededor de las 12:00-12:30, consta de companaje, quesos, conservas en
lata, pan y por supuesto la bota. Es más ligera porque no hay tiempo que
perder, el objetivo es llegar a un punto en concreto antes de que caiga la
noche.
Volvemos a tomar camino y
nosotros hacemos un cambio de hateros, para que así nadie se quede sin andar en
todo el día. La parada final este día era Socuéllamos, y durante el trayecto
pudimos comprobar hasta qué punto era cierto el dicho de “anchas Castillas”.
Las vistas, miraras donde miraras, era una extensión llana de tierra en la que
la vista nunca alcanzaba para ver el fin (fig.2).
En ellas, el cultivo
predominante era la uva (una de las especies la garnacha). En uno de los campos
en la que la recolecta había sido a mano, quedaban racimos en las viñas, así
que, ni cortos ni perezosos nos acercamos a coger algunos. Eran uvas pequeñitas
y redondas, de un color morado oscuro y si les apretabas uno de los lados salía
con facilidad la carne, ¡estaban buenísimas!.
Justo antes de llegar al punto de
encuentro tuvimos que pasar por una carretera nacional. Este es uno de los
momentos delicados de la vereda, por lo tanto nos pusimos todos manos a la obra
y concentramos nuestros sentidos en las ovejas. Ismael (el mayoral), que va
siempre abriendo camino en la cabecera del rebaño, ató a Problemas y nos lo dio
a uno de nosotros para que lo lleváramos. Dos de nosotros nos pusimos el
chaleco reflectante y, con una señal de “STOP” en la mano, paramos el tráfico
en ambos sentidos. Los demás, bajo las directrices de Vidal, fuimos
concentrando el ganado y azuzándole para pasar con la mayor rapidez. Objetivo
conseguido.
Ya en el campamento, aprovechando
la luz del atardecer, cada uno preparó su colchón y saco. Esta tarde fue
especial para los pastores, están en el ecuador de la vereda y gracias a la
generosidad de uno de los tantos amigos que han hecho en el camino después de
tantos años, pueden tomarse un respiro y disfrutar de una ducha caliente.
De nuevo nos reunimos todos
juntos alrededor de la mesa para cenar. Esta vez Urbano nos regaló al paladar
un caldero calentito de garbanzos, patata, verdura y callos. Más tarde, tras
una buena conversación nos fuimos a dormir. Esta noche fue tan fría que heló,
pero lo más llamativo fue una especie de risa rara que recorrió todas las
tiendas. Por la mañana casi todos nos levantamos preguntando qué animal podía
haber producido ese sonido, pero no dimos con ninguna solución. Quedará en un
misterio.
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