El
sábado nos despertamos con el sonido de los esquilos y el rebuznar de
Problemas, con ganas de emprender el camino de nuevo, pero ya con la sensación
agridulce de que se acercaba el final de esta experiencia tan especial. Tras
prepararnos un buen desayuno y mientras recogíamos todo, Vidal se dedicó como
cada mañana a recoger el pastor eléctrico con ayuda de una de las hateras que
le acompañarían esa mañana. Ese día las hateras irían a Cuenca a reponer
subsistencias, lo necesario para continuar con la vereda y alguna cosa más, ya
que teníamos un cumpleaños a la vuelta de la esquina.
Durante
la mañana, nos detuvimos brevemente en el camino para que se unieran de nuevo
al rebaño algunas ovejas de Arturo que se habían quedado atrás, algunas porque estaban
más flojas y otras porque se habían despistado hacía unos días y se habían
separado del rebaño. Avanzando en el camino, en un tramo en el que la vereda
atravesaba la carretera, se cortó el tráfico con ayuda de la Guardia Civil para
que los animales pudieran pasar. Aunque a algunos conductores no les hizo mucha
gracia tener que parar, la mayoría lo hicieron sin problema e incluso se
alegraron de ver pasar al ganado, y sobre todo a Problemas.
Tras cruzar la carretera, llegamos a Colliga, un pueblo de solo 15 habitantes en el que los vecinos salieron a las ventanas y puertas para ver pasar al rebaño. Algunos de ellos se acercaron a saludar y a charlar un rato con Leandro sobre el camino y sus experiencias.
Tras
el camino de la tarde llegamos al campamento que Vidal y las hateras habían
preparado, este año un poco apartados del lugar en el que suelen acampar en
esta jornada, ya que al comprobar el terreno, Vidal apreció que había gran
cantidad de hierba alta que podía prender si saltaba alguna chispa de la
hoguera.
Después de la cena, cuando estábamos todos alrededor de la hoguera, sacamos un pequeño detalle que habíamos preparado por la mañana para Ismael, ya que al día siguiente era su cumpleaños y era la última noche que íbamos a pasar con ellos. Cantamos “cumpleaños feliz”, Ismael sopló las velas, comimos tarta y charramos al calor de la lumbre. Poco a poco nos fuimos yendo a dormir, puesto que aunque la experiencia estaba siendo increíble, se iba notando el cansancio de la semana, y todavía nos quedaba una mañana de vereda.
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