miércoles, 4 de diciembre de 2019

20 de noviembre de 2019


7:30 de la mañana. Facultad de Veterinaria. Recogemos las tiendas y cargamos el coche. “Qué bien lo vamos a pasar” nos decimos los unos a los otros constantemente. Acabamos con los preparativos, estamos listos. O quizá… todavía no. ¿Dónde está Nuria?

Nuria todavía estaba en su cama, contando ovejitas. No tenemos muy claro si se quedaría por la 200 o por la 2000 cuando la despertamos por teléfono. Bueno, ninguna buena historia fue perfecta. Tomamos café mientras la esperábamos y nos dividimos en los coches. Dos furgonetas como estaba previsto y el coche de Delia, la profesora. Este último se vino más bien de forma improvisada. ¿Que por qué? Éramos 12. Había 11 plazas. Y nos dimos cuenta… 12 horas antes.

Así, asiento asegurado, salimos camino de Alcalá de Henares. Faltaba el último miembro de esta tripulación. María Sánchez nos esperaba en un bar de nombre tan peculiar como nuestro grupo, Michael Segundo. Aquí comenzarían nuestras comidas en familia, pero en aquel momento no éramos conscientes de lo que las echaríamos de menos.
El entusiasmo era notorio, tanto, que hasta el camarero nos preguntó si éramos un equipo de rugby. Entre risas, le explicamos lo que estábamos a punto de vivir y, dudas resueltas, retomamos nuestro camino.

No quedaba nada, apenas 2 horas de viaje, donde ya empezábamos a conocernos y a reírnos de la peculiar canción del meneo de la oliva que Alba nos prometió que iba a acompañar con un baile de jota abulense por la noche. Bocadillo en Valdepeñas, último contacto con la vida entre cimientos, último lugar antes de sumergirnos en la vereda.

Pozo de la Serna, ya estábamos, solo quedaba encontrar a los pastores y a sus 2500 ovejas, ¿sería fácil? Un pequeño pinar en mitad de la nada cobijaba a un señor, 4 tiendas de campaña y una lumbre; era nuestro lugar. Juan Vicente, que a sus 70 años había decidido revivir la experiencia de la trashumancia, nos recibió con cálida emoción que nos hizo olvidar el mal tiempo que hacía. Montamos nuestras tiendas y fuimos en busca del resto de integrantes. En la lejanía, avistamos a Ismael, que junto a sus perros, guiaba al rebaño por los amplios campos. Vidal iba por detrás, escoltado por sus fieras, fieras que pelearían por recibir nuestras caricias los próximos días (Fig.1).



Ya en el campamento, con la carpa montada tras una dura lucha por comprender las instrucciones, comenzamos a forjar este lazo que de una manera u otra, nunca dejará de existir.

-” Ya está la cena en el caseto”.
 Día 1 y ya caímos rendidos ante las dotes culinarias de Urbano, ¡Qué maravilla!
Brasa, ensalada y careta de cerdo y panceta al fuego, solo queda la bebida.

- ¿Dónde está Irene?
-  ¿Quién es Irene?
- La bota.
- Y por qué se llama así.
- Porque le aprietas el culo y te da todo lo que tiene.

Aprovechando el momento en el que estábamos todos reunidos en la lumbre, hicimos entrega a los pastores de los regalos que les habíamos traído: una bota con sus respectivos nombres para Ismael, Vidal y Urbano, así como una navaja grabada de madera para Juan Vicente. El obsequio les desbordó de emoción y a Juan Vicente se le saltó alguna lagrimilla.
Desconocimiento y ganas de aprender, alegría por estar, entusiasmo por compartir. La noche estaba yendo sobre ruedas, el agua no iba a mermar nuestras ganas de sentarnos alrededor de la lumbre y calentarnos con el fuego y con nuestras historias, con los poemas de María y los de Ismael, con las canciones al son de la guitarra de María.

Tranquilidad, paz, desconexión, evasión, pero...espera, ¿qué es eso? Peter el australiano quiere enseñarnos una canción.

-”He can run.. he sure can run…he comes running through the outback underneath the blessing sun”.

Desde este momento hasta un futuro desconocido tendríamos esta canción en el subconsciente, tarareándola sin querer, silbándola, acompañándonos a lo largo de toda la vereda, a pesar de nuestros arduos intentos por dejar de cantarla...pero ya estábamos atrapados en ella y en la inefable experiencia de vivir y de sentir lo que es ser pastor, recorrer un camino, bonito pero duro, intenso pero gratificante. Ya empezaba, ya empezábamos a vivir con calma, y en familia.

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