miércoles, 4 de diciembre de 2019

24 de noviembre de 2019


El domingo el campamento despertó envuelto en niebla. Parecíamos estar en una isla en medio de la nada. En seguida acudimos a la lumbre, ansiosos de nuestro habitual desayuno a base de magdalenas y café. Desmontamos mientras comentábamos la bajada de temperaturas que todos habíamos podido notar: estábamos a tres grados centígrados. Pero nuestro ánimo no se había enfriado ni un poquito y, por último día, nos dispusimos a continuar con nuestro camino.
Cuando comenzamos a andar una vez más, Vidal amplió nuestros conocimientos a raíz de la observación de los pastos, explicándonos la diferencia entre la hierba de raíz y de semilla. La hierba de raíz es la que aparece en la meseta quedando latente durante el invierno y rebrotando en verano, mientras que la de semilla aparece en la serranía durante el otoño y la cubre con un verde manto.

Según avanzábamos con el rebaño Vidal nos comentó que la administración les ponía trabas teniendo que adaptarse a las leyes de cada comunidad autónoma, y la PAC, que supuestamente recompensa esas labores, como el pago verde, no las reconocía y en lugar de verse beneficiados se veían en cierto modo perjudicados.
Durante la mañana, el frío no se separó de nuestra comitiva. Por suerte, nos amenizó un grupo de niños que salió del bosque, llevando consigo una cesta y muchas ganas de hablar con nosotros:
“- ¿Vuestros padres no están por aquí con vosotros?” preguntó Vidal desconcertado, a lo que uno de los niños (de medio metro de estatura) respondió:
“- No, me conozco este bosque como la palma de mi mano”
A todos nos invadió una mezcla de ternura y risa, pero ante tanta seguridad, nadie se atrevió a llevarle la contraria.”
Otro de los factores que nos llamó la atención fue el paraje que nos rodeaba: tras un incendio, el monte había sido repoblado y había miles de árboles jóvenes plantados sobre las laderas, protegidos con mallas. Estuvimos reflexionando sobre lo devastadores que son los incendios, ya que, aunque se repueblen las zonas afectadas, los ecosistemas tardan años en recomponerse (Fig. 7). 



A mediodía, comimos en una explanada frente a la entrada de una gran finca. En éste punto, se nos unieron dos ingenieros agrónomos que nos acompañaron durante el resto del día y nos explicaron muchas cosas acerca de aquella zona de Andalucía, como por ejemplo, la situación de la población de linces de la zona.

Terminamos nuestra agradable comilona con unas deliciosas naranjas y una pequeña siesta. Antes de comenzar nuestro recorrido de la tarde, nos pusimos de acuerdo para hacernos una foto conjunta; por supuesto, el burro Problemas tampoco quiso quedarse fuera (Fig. 8).


Tras el retrato (que días después nos haría sonreír al verlo), continuamos nuestra marcha por la vereda. El paisaje no podía ser más hermoso: recorrimos enormes dehesas plagadas de grandes encinas. Todos nos pusimos morados: las ovejas a base de bellotas y nosotros a base de fotos. Nuria y Miriam avistaron a una yegua y su potro en lo alto de la ladera, pero al intentar acercarse a ellos, huyeron. Como (casi) veterinarios, estamos acostumbrados a que los animales intenten evitarnos.
También pasamos cerca de kilométricas fincas, que además de reunir en su interior casas monumentales, alojaban a grupos de ciervos que nos dejaron boquiabiertos con sus magníficas cornamentas y sus increíbles saltos, corriendo a través de la ladera.
A Alba le gustaron especialmente éstas parcelas, y estuvimos planeando diversas estrategias (todas moralmente cuestionables) de hacerse dueña de alguna de ellas. A fin de cuentas, soñar es gratis.


Por última vez, llegamos al campamento nocturno. La lumbre ya estaba alta y Urbano preparaba la cena, que aquella noche consistió en una estupenda paella de marisco (perdón, arroz con cosas procedentes del mar); regada con el vino que había dejado José Luis Olleta, uno de los profesores que había ido en el primer turno.
Como siempre, nos reunimos frente a la lumbre después de cenar y Peter nos comentó el gran beneficio que obtienen en Australia de la lana de la merina, ya que en lugar de obtener 2,5 kilos como sucede en España, consiguen 6-7 kilos por oveja, debido a la gran cantidad de pliegues conseguidos a través de una intensa selección genética. Tal vez porque era la última noche, o porque la práctica hace al maestro, aquella velada nos esmeramos especialmente, y al son de la guitarra de María cantamos todo nuestro repertorio.

Después, Emilio nos pidió que cada uno expresase lo que había significado para él o ella la vereda. Fue un momento muy bonito, puesto que todos nuestros testimonios coincidían: nos sentíamos melancólicos por el fin del viaje, pero muy satisfechos y agradecidos por la experiencia y por todo lo que habíamos aprendido. A todos nos sirvió para valorar el importantísimo trabajo que hacen los pastores, realizando cada año la trashumancia, a pesar de las inclemencias del tiempo y el desinterés de la mayoría de la sociedad. Por suerte, como dijo María Sánchez, cada uno nos llevamos una pequeña semilla de la vereda, y, tal como hacen las ovejas, las iremos distribuyendo a nuestro paso por el mundo.

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