viernes, 14 de diciembre de 2012

Día 11 - 11 de noviembre

Nos despertamos en el término Carrascosa de Haro; no parecía que el tiempo fuese a mejorar y había continuado lloviendo durante la noche. Uno de los mastines se había quedado al lado de nuestras tiendas toda la noche para protegernos de cualquier bestia que intentase fisgonear: entendimos así el carácter noble y la función de estos enormes perros en el rebaño, y comprendimos por qué lo habíamos oído ladrar durante la noche.

El saco se nos pegaba, el rebuzno del burro cada día competía más con el cansancio acumulado, así que cuando nos levantamos ya estaba el café preparado y el desayuno en la mesa. La noche anterior nos habían hinchado a dulces como obsequio del paso de los pastores por el pueblo y comimos las dulces tortas de semillas y manteca. Con la partida de Roberto se me dio el testigo del café: un mechero que hacía servir al camping gas, y aquella mañana empezaba a faltar a mis deberes…

Tiendas recogidas, hato desarmado, empezamos a caminar con la sensación de que aquel no iba a ser un día fácil: hacía frío y estaba muy nublado. El tramo de aquella mañana desentonaba con todo lo anterior: bosque mediterráneo cargado de encina, enebro, tomillo y lavanda, suelos rocosos, cierta pendiente; entre las pequeñas montañas corría una pequeña rambla. Era un paisaje muy bonito tras la inmensidad de campos de cereales que llevaba regalándonos Cuenca. Las cabras parecían como peces en el agua subiendo las pendientes y atiborrándose de todo tipo de matorrales; a las ovejas no se les veía quedarse atrás.
 
Tomando camino (Ana Ferrando)
 
El momento dio su clase de botánica: los frutos del enebro parecían oler a la ginebra que producirán, las bellotas todavía estaban amargas, el tomillo mojado nos daba ese olor tan mediterráneo y el suelo nos dejaba ver, de vez en cuando, alguna seta de cardo que comer. Muchas de estas cosas las aprendimos de Vidal: y es que, aunque ellos digan que solo son pastores y es lo único que saben ser, al lado de estos ganaderos se aprende de botánica, ecología, meteorología, homeopatía, micología, literatura, música y un sinfín de logías y artes más que les ha dado la vida todos estos años.
 
Cambio de paisaje (Ana Ferrando)
 
Paramos a comer hacia el mediodía como de costumbre, y Urbano, Antonio e Isidoro nos tenían preparada una hoguera refugiada del viento en un encinar para que entrásemos en calor. Aun siendo Urbano el pastor con el que menos palabras intercambiábamos por ir siempre en el coche de traslado, nos arropaba y mimaba como el resto, pero en silencio; y así, teníamos allí preparado una pata de jamón para coger energía.

En este rato pasaron por el camino de la vereda dos motos de trial, espantando al ganado y destrozando el terreno, y esto hizo comenzar una discusión acerca de todo lo que concierne las cañadas, de la que me gustaría hacer un pequeño resumen:

Las vías pecuarias son caminos reservados al paso de ganado que se traslada de un lugar a otro de España con el fin de aprovechar la bonanza del clima. Además tienen funciones secundarias como fomentar la biodiversidad o realizar actividades de ocio compatibles como el senderismo o el ciclismo. Se clasifican en tres según su anchura:

- Cañada: aquella vía cuya anchura no exceda de los 75 metros.

- Cordel: cuando su anchura no sobrepase los 37,50 metros.

- Vereda: las vías cuya anchura no sea superior a los 20 metros.

Estas dimensiones están delimitadas a lo largo de todo el recorrido por los llamados mojones, pero no son siempre respetados, y en realidad lo que nos encontramos son campos de cultivos que se introducen en las veredas, frutales sembrados o caminos asfaltados. Sobre todo es en junio, debido a los cultivos, cuando más se dificulta el camino de los pastores.
 
¡Disfrutando! (Ana Ferrando)
 
Puesta en marcha, volvimos al horizonte de campos de cereales, en un terreno esta vez mucho más irregular. Los perros nos ofrecieron aquella tarde parte del menú, con un conejo de monte que cazaron y ofrecieron a Ismael y que quedó riquísimo en los garbanzos de la noche. Pasamos por el medio de un pequeño pueblo: Rada de Haro; donde las ovejas tenían un abrevadero y unos cuantos pastos esperándolas. Seguíamos así nuestra ruta del Quijote.

El agua empezó a caer sin cobardía, y aunque íbamos equipados con toda clase de tejidos impermeables y térmicos, nada pudo impedir que nos mojásemos. Nos pasábamos la bota de vino para coger calor, pero todo parecía perderse por nuestros pies fríos y empapados. Aprendí que en la trashumancia no valían las quejas: los pastores se levantaban cada mañana con optimismo y buen humor, lloviese, tronara o hiciese calor; si alguien estaba cabizbajo le daban su mejor apoyo y las bromas y sonrisas no faltaban ningún día. Contagiados de ese espíritu, nadie se quejó. Cuando divisé desde una colina el campamento, decidí adelantarme para cambiarme porque sentía que estaba enfermando: les pedí el consentimiento a Ismael y Vidal y me despedí de mis compañeros.
 
A la llegada Carla y Paula se estaban encargando de montar las tiendas. El resto trataba de encender una hoguera que se resistía: y es que hasta para esto hay que tener todos los factores en cuenta: dirección del viento, altura, leña… Nos sentamos todos alrededor de la hoguera mientras Urbano cocinaba la última cena: unos garbanzos con aquel conejo y alguna que otra seta de rechupete.

Bebimos vino, comimos juntos rodeando al caldero y nos enzarzamos en alguna que otra discusión.

La hoguera no daba de sí, y en una especie de arrebato de mimos hacia nosotros mezclados con orgullo, Vidal y Urbano salieron a por más y más leña con la que hacer una hoguera de dos metros. Gracias. Entramos en calor.

Aquella noche la alargamos charlando, hasta que las gotas de lluvia nos llevaron a las tiendas. Nos juntamos los seis alumnos en una y compartimos todos los buenos momentos y sonrisas que nos llevábamos a Zaragoza. Gracias a vosotros también chicos por hacerlo tan especial.

¿Y qué es eso que trajimos? Un montón menos de prejuicios, una buena colección de recuerdos. Trajimos con nosotros todo el calor de unas personas que nos enseñaron a mirar con optimismo y amar cuanto hagas. Nos mostraron el valor del esfuerzo, el esfuerzo de ser pastor, y el pastor entre los pastores. Mis más sinceras gratitudes.


Autores: Víctor Bara, Samuel Benítez, Paula Dobón, Ana Ferrando, Nicolás Iván Larenas, Mª Carmen Torralba, Carla Vila

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