sábado, 29 de diciembre de 2012

Día 21 - 21 de noviembre

Como siempre la mañana comenzó fría y gris, bañada por el rocío de la noche anterior que había caído allí en el Cerro del Lobo, donde despertamos tras nuestro segundo día de caminata.

Las tiendas mojadas, las brasas de la hoguera de la noche anterior aún encendidas y el café preparándose sobre el camping gas.

Ismael se levantó temprano, como de costumbre, y por supuesto nos volvió a deleitar con sus poemas y canciones mentando siempre a Goytisolo con “Palabras para Julia” y “Érase una vez”, Alberti con su mítico “Nocturno”, Quevedo con “Es amarga la verdad”, Gabriel Celaya con “España en marcha”, Jorge Manrique con “Coplas por la muerte de su padre”… Además de recitadas, cantadas con el ritmo que les dio el fabuloso Paco Ibáñez. Después fueron apareciendo Vidal y Urbano acompañados de Isidoro con su peculiar gorro.

Tras un buen desayuno de magdalenas y café, nos pusimos en marcha, dejando atrás el cerco que habían hecho las ovejas sobre el rastrojo de trigo y que habían convertido en un perfecto círculo de tierra y restos de heces. Aún nos quedaban por delante 12km.

Comenzando la vereda con energía (Helena Agustín)
 
Comenzamos a subir el Cerro del Lobo, donde el camino era pedregoso y estaba flanqueado por jara-estepa, una planta de tipo arbustivo que las ovejas consumían de vez en cuando.

Cruzamos los campos de trigo de La Mancha, llenos de barro y fango debido a las lluvias de los días anteriores. El paso era lento y el barro entorpecía aún más la marcha, pero todos continuamos a la vez que contábamos historias y Vidal nos volvía a todos un poco locos con sus acertijos.
 
Pero la cosa se complicó cuando un pequeño arroyo, que debido a las lluvias de los días anteriores llevaba más caudal que el Ebro (al menos eso nos pareció cuando tuvimos que atravesarlo), se interpuso en el camino. Calzados con botas de agua, pasaron parte, los otros con la ayuda de una piedra colocada estratégicamente por Armán, pasamos como pudimos. Otros, como Vanesa, decidieron comprobar la resistencia al agua de sus botas y echar el pie directamente dentro del agua o pasar “sin mirar” como bien dijo Vidal.

Vanesa comprobando la impermeabilidad de sus botas (Severine Caillaud)
 
Cuando pensamos que el problema del río había sido lo más difícil, descubrimos que la otra orilla era un campo convertido en barrizal que cubría hasta los tobillos, como bien demostró nuestro estimado profesor Julio, al ver que su bota se hundía irremediablemente en el barro y que sólo se pudo llevar con él su calcetín.

Julio atrapado en el fango, Laura pasando (Helena Agustín)
 
Después la Cañada Real se introducía por medio de hectáreas y hectáreas de olivos pertenecientes a algún terrateniente, que tristemente se habían comido parte de la Cañada, no respetando las 90 varas que a ésta le corresponden o los equivalentes 75. Lo que puede el dinero, como bien dijo en su día el Arcipreste de Hita. Montones de aceitunas se agrupaban en las ramas de los árboles, pero pese a su aspecto, su sabor recién cogidas del árbol no es muy apetecible, o al menos eso le pareció a Severine, que las probó con mucha alegría y acto seguido Juliette.

De nuevo el camino se llenó de charcos difíciles de esquivar, hasta que por fin vimos el puente que llevaba al “pozo del cura” donde habíamos quedado en reunirnos con Olivia, Urbano e Ismael para comer. Allí, Vidal nos explicó, o más bien nos volvió a tomar el pelo, que ese lugar era así conocido porque allí vivía un cura y que para beber el agua de su pozo, había que besar su anillo…

Llegando al pozo del cura (Helena Agustín)

Una vez repuestas las fuerzas y con el estómago lleno, continuamos la marcha. Ahora el terreno ascendía porque nos acercábamos a  Sierra Morena. A medida que ascendíamos, se podía ver todo el camino recorrido y cómo las tierras de Castilla la Mancha quedaban atrás. Y por fin, después de unos kilómetros, cruzamos de la provincia de Ciudad Real a Jaén, momento en el que todos aprovechamos para hacernos fotos en esta encrucijada, en compañía de Rudolff, Ismael y Nicolás.
 
Cambiando de provincia (Severine Caillaud)

Olivia volviendo a la infancia (Severine Caillaud)
 
El cielo se puso aún más gris, pero por suerte no cayó ni una gota. Todo prosiguió con normalidad, entre más risas, historias y acertijos, hasta que llegamos a la “Cañada de las Tabernillas” después de otros 6 km recorridos. Pastaban a sus anchas un rebaño de bovinos de carne. El rebaño estaba constituido por varias cabezas de Berrenda en Colorado que según nos explicó Nicolás eran típicas en el sur para carne. Conocimos en persona el ganadero, un tipo curioso llamado Cayetano y algo duro de oído… por no decir completamente sordo.

Cruce de veredas (Severine Caillaud)

Finalmente llegamos a la cañada, punto donde debíamos hacer noche y en el cual Julio y Severine ya habían montado nuestras tiendas, muy amablemente, pendiente abajo. Preparamos las brasas, se asaron pinchos morunos para todos, y la bota de vino volvió a correr, demostrando una vez más que el vino en plena Sierra no sienta a todos por igual…

Aprovechamos el corro alrededor del fuego para jugar al juego de las marcas, que Olivia transformó en el juego de “Infecciosas” haciendo que cada uno de nosotros nombráramos una enfermedad infecciosa del ovino, équidos, vacuno, porcino y peces. Después de otra gran cena de Urbano nos quedamos un rato alrededor del fuego charlando sobre cómo arreglar el país y finalmente a dormir, aunque algunos de nosotros preferían ir a cazar jabalíes acompañados de la bota de vino.

Largo camino recorrido, tanto que incluso cambiamos de comunidad autónoma, mucho barro y rodillas doloridas, pero con más ganas de proseguir al día siguiente.
 
Recorrido: 18 km

Autores: Helena Agustín Valdearcos, Laura Bataller Montaner, Severine Caillaud, Alfonso Cruz Andrés, Vanesa Galende Medinilla, Juliette Martín Cereza, Armán Santorcuato García

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